«Manuel Ángeles Ortiz tuvo el privilegio de pasar del Jaén de su nacimiento a la Granada que conforma la parte central de su vivencia; esto es, la que de modo principal define su aliento espiritual de hombre y de artista. En efecto, aquí creció en todos los aspectos: se hizo pintor, encontró amigos de recuerdo imborrable y con ojos de artista contempló y pintó los paisajes de la ciudad con emoción e intensidad, tanta que para recuperar su voz de pintor, pasados muchos años, hubo de depurar su cansada mirada, humedeciendo una y otra vez sus ojos con agua de la Fuente del Avellano, lugar al que llegaba cansado tras coronar el Paseo de los Tristes con su amigo Federico García Lorca para contemplar el atardecer».
Otras veces sería con Juan Cristóbal, el grandísimo escultor granadino que más tarde incluyese su figura en el excelente monumento levantado en los jardines de la Alhambra a Ángel Ganivet, con quien compartiría aquel privilegio. Sin embargo, no deberíamos olvidar que aquel joven distraído, nacido solo unos años antes que Federico, llegó a Granada con una formación visual adquirida en el paisaje giennense, cuyos atardeceres se parecen mucho a los granadinos. Sí, atardeceres que ciertamente contemplaron juntos y, probablemente, le hizo notar el pintor jaenés al poeta granadino, quien deja reflejo de ello en Impresiones y paisajes, donde Lorca demuestra haber visto las sutilezas cromáticas de Juan Ramon Jiménez en su Platero y yo.
Pintor inusitado e intenso este Ángeles Ortiz: intenso y relativamente breve en su más cabal producción, en la iconografía que define la temática de su obra, cuyo seguimiento nos avisa de su capacidad de síntesis singular, dentro, claro es, de la más decida modernidad. Llegado aquí no sería desafortunado distinguir entre vanguardia y modernidad, siendo esta, a mi modo de ver, la fuente mas clarificadora del quehacer más robusto del Ángeles Ortiz que, a partir de la segunda mitad del siglo XX, adquiere su verdadero cuajo de pintor, esto es, cuando el artista llega a pensar esto: “Francia cuenta en mi vivir, pero no cuenta en mi pintura”. Así su nuevo mundo en torno al paisaje granadino, cuya demarcación conforma el nuevo pensamiento que habita la plástica de este artista nacido en Jaén, ciudad que gustaba visitar sin, por otro lado, dejar de hacerle guiños con sus pinceles.